El deporte adaptado y el deporte inclusivo

Se empieza a extender, por lo general, la importancia del deporte adaptado para aquellos colectivos de personas con algún tipo de discapacidad diagnosticada; ya sea la física, la psíquica o la sensorial, y en último término, la pluridiscapadidad que acoge más de una de las mencionadas anteriormente. Del mismo modo que hay olimpiadas, hay paralimpiadas, ¿no? 

Desde mi punto de vista, cercano pero no experto, en relación al deporte adaptado, querría incidir en la importancia respecto al deber de los agentes sociales vinculados al deporte, así como el de las instituciones públicas, a la hora de tener que contemplar una oferta físico deportiva que acoja a todos los colectivos que residan en determinado territorio, sin discriminación según naturaleza de capacidad, y con garantías de salud y bienestar para dar origen a la posibilidad de crecimiento y desarrollo integral de cada persona. 

Según la Carta Europea del Deporte (femp.es, fecha de consulta 8.2.2018) y a grandes rasgos, es compromiso de cada nación y de acuerdo con sus competencias el potenciar la naturaleza mixta, pública y privada, del apoyo financiero al deporte. Del mismo modo, lo es fomentar la participación, colaborar en la promoción y facilitar el acceso para aquellas personas que no disponen de muchos recursos, y para los que dicha práctica se convierte en uno de los pilares esenciales para que cualquier deporte se lleve a cabo con garantías de continuidad. 

Digamos que para cualquier persona es fácil acudir a un centro deportivo, pagar una cuota, e iniciarse en un programa ordinario deportivo ya sea por tener algo más de condición física o especialización en una modalidad deportiva concreta. Pero, ¿qué pasa cuando una de tus condiciones vitales limita la dinámica “normal” de una sesión que teóricamente acoge a cualquier persona? ¿Qué sucede realmente cuando el mismo acceso a la instalación se ve imposibilitado arquitectónicamente, para empezar, o cuando la infraestructura no contempla al cien por cien las necesidades de cada ciudadano/a?  

Dejando atrás las rampas, duchas anchas para las sillas de ruedas, o los carteles indicativos para la gente con discapacidad auditiva, vamos un paso más allá puesto que estas barreras ya se han ido corrigiendo históricamente y teniendo en cuenta a la hora de construir y adaptar los espacios públicos.  

Hablamos del típico experimento social en el que una persona se “hace pasar” por ciega e intenta vivir el día a día en un centro de fitness, y resulta que ¡no se siente bien integrada!, y no logramos entender del todo por qué… Después vemos el vídeo en las redes sociales y alucinamos con la cruda realidad, ¿verdad? 

Hablamos del ascensor que sí sube a la segunda planta donde están los vestidores para que luego haya que volver a bajar a la primera planta porqué es donde se encuentra el gimnasio pasando por más de un control de puertas restringidas y deben ser activadas manualmente (porqué teóricamente son para los carritos de bebés) llamando a un timbre que lleva a recepción de nuevo, cosa que implica que se inviertan quince minutos más a tu rutina habitual para ir a la sala de acondicionamiento físico a la ida… y quince más a la vuelta. Hablamos de gente que necesita acompañamientos en los vestidores y que debe ser del mismo sexo, puesto que si no, no hay vestidores colectivos disponibles por el overbooking de los cursillos de natación infantiles y entonces debes limitarte a ir en las franjas horarias que a la instalación le vaya bien. Y por último, también podríamos comentar las facilidades de qué se dispone en las zonas de aguas puesto que no es cuestión de que por ley deba existir una grúa motorizada para bajar a la piscina grande a la persona con movilidad reducida. ¡Éstas, sólo existen en la piscina de 25m! No se da la oportunidad de adaptar el acceso a la zona de aguas relajantes con garantías de desarrollo de una sesión adaptada convencional. No hay apoyos dentro del agua más que una barandilla de entrada que normalmente es para gente mayor. No hay una barandilla inmersa para sujetarse sin fluir por el agua sin control. El suelo de la piscina es rugoso para no resbalar, pero no para garantizar un ejercicio estructurado y basado en los apoyos para alguien que realmente necesita sentir la hipo gravedad mientras sí controla su cuerpo. El jacuzzi queda totalmente descartado si no es con carga manual. Y por no hablar de la oferta de sesiones dirigidas para personas con discapacidad, ni un cuerpo de profesionales formado competentemente para acoger a la persona en cuestión e incluirla en los ejercicios así como el material. 

Referente al deporte colectivo adaptado, podría ser objeto de estudio para cualquier investigación futura pero, a bote pronto, me atrevería a decir que nos topamos con que el deporte adaptado resulta un servicio casi de lujo. El problema de muchas familias a la hora de “apuntar” a sus familiares con discapacidad en algún deporte colectivo o individual, de rendimiento o recreación, es el coste que supone la actividad en sí junto con el coste del material o la misma ficha federativa. Un día, una buena amiga que se dedica a la boccia y al slalom me dijo con mucho acierto que el deporte adaptado no es barato, y si nos ponemos a sumar todos los gastos que supone los números no se toman a la ligera. Además del tiempo que supone desplazarse al lugar donde se lleva a cabo la actividad hay que hacerlo con un transporte adaptado. En ocasiones este transporte está subvencionado, como el de los colegios para gente escolarizada, pero que en muchas ocasiones y debido al recorrido para ir a buscar a todo el mundo implica tener que estar preparado casi una hora antes para ir a realizar la actividad de dos horas (máximo), habiendo una hora de vuelta también. De modo, que la actividad termina convirtiéndose en un gasto del doble de horas en su realización de inicio a fin. En otras ocasiones, directamente y por falta de conocimiento en la materia, desde las mismas entidades deportivas se rechaza la participación de alguien con discapacidad. Es decir, si no se es un club exclusivo de deporte adaptado no hay equipo que pueda acogerte, y por lo tanto no se puede uno/a “apuntar”. De hecho, a veces incluso se desconoce si existe o no el reglamento deportivo adaptado para acoger a todas las discapacidades de la modalidad a la que se dedica el club en sí. 

Y entonces, el dilema que se nos plantea es, ¿debe ser la actividad física o deporte adaptado algo segregado que se conciba independiente al deporte ordinario de gente sin discapacidad, o debemos integrarlo en la actividad cotidiana adaptando al máximo posible los accesos y facilidades para realizar en un mismo espacio cualquier tipo de deporte? 

Aquí hablamos de inclusión. ¿Qué es realmente la inclusión?  

Fuente imagen:  Inés Bravo Domenech 

A diferencia de la integración, que significa acoger dentro de un mismo espacio a personas de distinta condición (y aquí entenderíamos que un gimnasio que acogiera a gente sin discapacidad ya incluiría), la inclusión es aquél concepto que contempla que todo el mundo entra en el espacio y se siente cómodo en él, participando de cada actividad y con plena libertad de movimiento, sea cual sea del que disponga. Esto implica que si se quiere participar en cualquier actividad, ¡una decisión propia sea lo que hace que no se participe y no ningún otro factor! 

Por lo que a mí respecta, el deporte para todos/as es aquél en que participa toda persona que quiera participar. Como profesionales del deporte, familiares y entorno cercado debemos velar por romper con cualquier de estos factores que limiten la práctica. El tipo de práctica, de instalación o el reglamento de la modalidad deportiva no debe ser un impedimento. Según la gente de qué se disponga hay que adaptarse, y hay que dar cabida a todo el mundo, ya sea de manera integradora o inclusiva, la que realmente nos acoge a todos/as. 

Para evitar malentendidos, sí. El deporte debe ser una actividad organizada. No hay que olvidarse de contemplar que cada deporte consta de una estructura, una organización, un reglamento… Evidentemente, puesto que si no las reglas del juego no estarían claras, y se desvanecería el objetivo de la actividad en sí mismo. Pero lo que es claro es que hay una necesidad en el primer momento en que a alguien se le plantea una inquietud sobre por qué una persona con discapacidad no puede disfrutar del mismo modo y con armonía de lo maravilloso que es el deporte. Y teniendo en cuenta esto, hay que actuar. Ya sea luchando por mejorar, por probar cosas nuevas, por animar a más gente a que lo practique y porque al final de una sesión de ejercicio en general la sensación sea infinitamente mejor que la de antes de empezar. 

No estoy en desventaja por mi condición. Estoy físicamente capacitada de forma diferente (Janet Barnes.). 

 Andrea de la Torre

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