Mis rasgos no hacen mi discapacidad

La discapacidad es un constructo que ha tenido múltiples definiciones a lo largo de nuestra historia. Las primeras definiciones de discapacidad provienen del ámbito estrictamente médico y científico, y se centraban en las alteraciones de las estructuras o funciones del cuerpo o de la mente. Así, se llamaba discapacidad a la ausencia de un miembro, a la deformación de éste, o a un funcionamiento mental muy lento, por ejemplo. La persona portadora de esa discapacidad, el discapacitado, llevaría esa carga toda la vida pues la genética o la biología son apenas modificables. Los rasgos hacían la discapacidad.

Gracias a la evolución del conocimiento y sobretodo de la ética, pudo superarse esa visión médica y rígida de la discapacidad. Se incluyó la variable social en la definición, desplazando o complementando a la biología. Una discapacidad pasó a ser el resultado obtenido en el encuentro entre la afectación física o mental y las demandas y oportunidades del contexto de la persona. Tener movilidad reducida en la mitad del cuerpo o no dominar el lenguaje verbal no tienen por qué ser discapacitantes en todos los contextos o ambientes.

Porqué no en todos los contextos se nos pide lo mismo. Hay situaciones que no requieren de nosotros que usemos una habilidad comprometida, y también hay contextos que se ajustan más a lo que podemos hacer. Y hablar de ajuste es hablar de soportes. El paradigma de entendimiento actual de la discapacidad parte de la idea de que las personas necesitamos de soportes para realizar nuestras actividades. Hablamos un poco menos de discapacidad para interesarnos por los soportes que esa persona necesita para acceder a las experiencias de su día a día y para tener calidad de vida. Una persona que no puede leer de lejos, miope… ¿es una persona discapacitada? Diríamos que no porque poniéndose las gafas adecuadas podrá leer con normalidad. Ese es el soporte, la adaptación. Otro ejemplo se ve en que las personas con diferentes discapacidades pueden jugar a balonmano mediante soportes específicos: mediación de educadores, adaptación de reglas, ayudas técnicas, etc. Los rasgos no hacen la discapacidad.

Si pensamos en el título del texto Mis rasgos no hacen mi discapacidad, es cierto que mis características no hacen de mí una persona con discapacidad. Sí que me discapacitan, o incapacitan, las exigencias del ambiente y las oportunidades que éste me brinda (soportes) o no. La discapacidad no recae en el sujeto, sino en el espacio de interacción entre individuo y sociedad (desde el contexto más local hasta el más general).

Hasta aquí se ha hablado de cómo interpretar una función no estándar del cuerpo o de la mente, de si es discapacitante o no. Pero si aceptamos que la discapacidad es una construcción social y no una minusvalía, podemos ir más allá y ver que hechos “normales o estándares” también pueden suponer una discapacidad según el contexto. Un niño de poca edad pero mucha altura puede ser confundido en algunos contextos con un niño de más edad. Y en consecuencia exigirle habilidades verbales o cognitivas superiores, a las que seguramente no llegará, dándose una situación de discapacidad. ¿Cómo llamarías a ese niño?

De igual manera, en la sociedad nos encontramos con diferentes tipos de discapacidad y cada una de ellas con distintos rasgos. Y también la sociedad responde de formas muy diferentes. Hay discapacidades que enseguida reconoceremos y trataremos como tal pues son causadas por un síndrome, que visualmente tiene unos rasgos que conocemos. Son ejemplos el Síndrome de Down o el Síndrome X-Frágil. Pero hay otras causas que pueden generar discapacidad, que no son sindrómicas, sino relativas a retrasos en el desarrollo, que no se caracterizan por unos rasgos concretos. Imaginemos entonces a 2 personas, una con una discapcidad sindrómica y visible en sus facciones y otra con un retraso mental no evidente a primera vista ¿Crees que la sociedad responderá igual a hechos o conductas inadecuados respecto a las dos personas? Seguramente no, dando una respuesta más comprensiva y paciente a la persona que padece una discapacidad derivada de un síndrome, y generando cierta frustración en la otra persona. Debemos ser muy cautos y sensibles antes de emitir un juicio y etiquetar a las personas sólo por lo que vemos, y debemos empezar a pensar más en qué necesitan las personas y no tanto en qué no pueden hacer o hacen mal.

 

Juan Bakri

Psicólogo especializado en Discapacidad Intelectual

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