La diversidad en un mundo limitado

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Hay una cosa muy curiosa que aprendí en la universidad en una asignatura de primero de carrera y que me ha hecho ver las cosas desde otra perspectiva. Estaba en primero de carrera de Educación Social cuando hablábamos de cómo se podían estructurar socialmente las diversas culturas que conocemos en el mundo y qué parecidos y diferencias pueden tener los diferentes países y, incluso, continentes que conocemos.

Así pues, apareció una conversación muy curiosa sobre las dinámicas sociales que, finalmente acabó derivando a que acabáramos creando la teoría del huevo frito.

Esta teoría, que puede parecer tan absurda, tiene como eje inicial el sistema capitalista y dos pilares muy fuertes que ayudan a sostenerlo, que son: la homogeneización y el individualismo. Este sistema capitalista del cual escuchamos tanto hablar, es el que vendría a ser el huevo frito, y, ¿Qué pasa con todas las partes de este huevo/sistema?

Todos sabemos que cuando cocinamos un huevo frito, se puede diferenciar la clara (que queda de color blanco, la yema (la parte más naranja) y por los alrededores del huevo hay como una parte más tostada y crujiente, pero que queda como diferenciada del resto del huevo. Esta explicación culinaria puede llegar a ser una gran paradoja con la que estamos viviendo hoy en día: se puede decir que, toda la parte central del huevo, la que resalta, la que sin esta parece que no pueda haber un huevo frito comestible, vendría a ser todos los hombres blancos, con un estatus social/económico alto y sanos que conforman nuestra sociedad. A continuación, encontramos la parte más blanca, la clara, donde en esta podemos encontrar todas las mujeres que sean blancas, con un estatus social/económico alto, pero no más que los hombres, y sanas. Esta parte se ubicaría bastante cerca de la yema, pero tampoco muy lejos, está rozando el límite para entrar en el centro, pero tampoco acaba de poder hacerlo, ¿Os suena esto?

Seguidamente, al resto de la clara, se pueden encontrar todas aquellas personas que tienen trabajo, que pertenecen en una clase media/baja, en conclusión, la mayor parte de la sociedad se puede encontrar en esta zona del huevo, que acaba siendo la predominante en este. Y, finalmente, encontramos la parte tostada que decíamos, aquella que a veces pasa desapercibida y que, en el mayor de los casos ni se puede llegar a crear cuando hacemos un huevo frito. En esta zona se encontraría toda la diversidad que conforma nuestra sociedad, gente otras culturas, países, con discapacidad, sin techo, drogodependientes, expresidiarios… Es decir, la parte que nos da más riqueza como personas es la que acabamos pasando más por alto en muchos momentos, incluso a veces lo obviamos.

Y ahora, volviendo al inicio con los dos pilares que sostienen este sistema, su conceptos que de primeras parecen irreducibles, pero, ¿Qué pasaría si esta homogeneidad se rompiera, dejáramos atrás todos estos esfuerzos para ser como el sistema quiere que seamos y nos soltamos? ¿Qué pasaría si en vez de mirar adelante como burros y siguiéramos perpetuando el individualismo, empezáramos a mirar en 360°? ¡¿Qué pasaría si en vez de cocinar un huevo frito cocináramos un buen revuelto?!

Al final, vivir en la diversidad nos hace libres, no nos limita y nos abre un campo de posibilidades infinitas, donde ser diverso tendría que ser el común. De huevo frito puedes hacer de una sola manera, el resultado será el mismo. En cambio, un revuelto le puedes poner los ingredientes que te de la gana, experimentar, enriquecerte de nuevas recetas y conocimientos y el resultado siempre será diferente.

Berta Garcia, Educadora Social

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