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La fuerza como herramienta educativa en colegios de educación especial

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Me llamo Mario Silva, soy coordinador deportivo de la Fundación Demanoenmano, graduado en Ciencias de la Actividad Física y del Deporte, y actualmente estoy cursando un máster en entrenamiento personal y readaptación de lesiones.

Desde hace un tiempo, tengo el privilegio de trabajar en un colegio de educación especial, donde imparto sesiones de educación física. Allí, mi objetivo es claro: promover la actividad física desde todas sus dimensiones, adaptándome a las necesidades, capacidades y potencialidades de cada alumno y alumna.

Hoy quiero hablaros de un aspecto que, en muchas ocasiones, se pasa por alto cuando hablamos de discapacidad intelectual, pero que considero fundamental: la fuerza.
Sí, la fuerza. Esa capacidad física básica que no solo influye en el rendimiento motor, sino también en la autonomía personal, la autoestima y la calidad de vida de los chicos. Cuando hablamos de entrenamiento de fuerza, muchas veces pensamos en levantar pesas o en gimnasios repletos de máquinas. Pero en un colegio de educación especial, el trabajo de fuerza adquiere una dimensión completamente distinta: se convierte en una herramienta para fomentar la funcionalidad, la independencia y, sobre todo, la participación activa en la vida diaria.

Trabajar la fuerza en este contexto no se trata solo de mejorar capacidades físicas, sino de generar oportunidades reales para que cada alumno gane seguridad, iniciativa y presencia en su propio entorno.

 

No es solo fuerza muscular

Cuando planteo sesiones de fuerza en el centro, lo que realmente busco no es que levanten más peso o hagan más repeticiones. Mi objetivo es que puedan sentarse y levantarse solos de la silla, que consigan subir y bajar escaleras con menos soporte, que caminen con más seguridad o que puedan participar más activamente en la vida del aula.

Hay estudios que respaldan este enfoque. Por ejemplo, Jacinto (2021) demostró que los programas de fuerza bien diseñados pueden llegar a mejorar no solo la fuerza sino también el equilibrio y la masa muscular, reduciendo al mismo tiempo la grasa corporal. Y lo más interesante es que estos beneficios se consiguen con rutinas sencillas, accesibles y adaptadas al ritmo de cada persona.

 

 

Cómo lo aplicamos en el día a día

En el cole trabajamos con circuitos muy simples. Usamos lo que tenemos: sillas, bandas elásticas, pelotas y sobre todo, imaginación. No hacen falta grandes recursos, lo que hace falta es creatividad y conocer bien al grupo.

Un día típico puede incluir ejercicios como:

  • Sentarse y levantarse varias veces seguidas con ayudas
  • Subir escaleras con ayuda de bandas elásticas
  • Hacer tracciones y empujes con bandas elásticas suaves
  • Diferentes actividades diarias con pesos en manos o tobillos
  • Bisagras de cadera para coger objetos pesados del suelo
  • Andar en diferentes superficies durante un tiempo establecido

Lo bonito es que todo esto lo viven como un juego, como un momento diferente dentro del horario escolar, y eso genera una implicación increíble. Con el tiempo, ves cómo los profesores comentan que su postura mejora, que caminan con más seguridad o incluso que se levantan solos de la silla. Y obviamente cada una de estas “pequeñas” mejoras las celebramos como se merecen.

La ciencia también lo dice

Obrusnikova et al. (2021) encontraron en su investigación que un programa comunitario de entrenamiento multicomponente mejoró la fuerza funcional en adultos con discapacidad intelectual. Y no solo eso, también mejoró su percepción de autonomía. En mi opinión, viviéndolo desde dentro, esto tiene todo el sentido del mundo: cuando sienten que pueden hacer más cosas por sí mismos, cambian por completo su actitud.

Otro estudio, de García-Gómez et al. (2023), refuerza esta idea. Trabajaron durante 14 semanas con personas con DI en centros residenciales y los resultados fueron claros: ganaron fuerza y también confianza en sí mismos. Y al final, eso es lo que buscamos quienes trabajamos con ellos: que se sientan más seguros, más capaces, más parte activa del mundo que los rodea.

 

 

Un enfoque que va más allá del cuerpo

El trabajo de fuerza en educación especial no se limita al desarrollo físico. Es en realidad, una herramienta educativa, funcional y emocional. No entrenamos músculos o patrones de movimiento por sí solos, entrenamos capacidades que abren puertas a la participación, a la independencia y a la confianza personal.

Cada repetición, cada pequeño avance, es una forma de construir seguridad. No se trata solo de que puedan levantarse solos de una silla, sino de que se sientan capaces de hacerlo. Y eso, cuando se integra en la rutina semanal, tiene un impacto que trasciende lo corporal.

 

Para finalizar el artículo, me gustaría terminar planteando un par de preguntas a quienes también trabajáis en educación o en salud:

  1. ¿Y si el entrenamiento de fuerza fuese una de las claves para lograr una inclusión más real en los entornos escolares?
  2. ¿Estamos dando a la Educación Física el lugar que merece dentro de cualquier entorno escolar? ¿Podríamos integrar aún más esta herramienta en el día a día de los colegios?

 

Mario Silva Rodríguez

Colegiado n.º 70405 de Profesionales de la Actividad Física i Deporte de Catalunya

 

Bibliografía

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